miércoles, 22 de febrero de 2012

Momentos compartidos

 Dedicado a MJ, la flautista de Hamelin

 Una amiga posteo en Facebook una pregunta lanzada a todos sus contactos “¿qué  pequeñas cosas de la vida os hacen felices?”. Un paseo por la playa al atardecer, montar en bici, sentir el viento en la cara, desayunar con el piopio de los pajaritos, esas cosas. Si él tuviera que responder a la pregunta diría que las personas que quiere, las conversaciones sin fin no necesariamente construidas solo de palabras, los silencios cómplices. La pregunta, las respuestas a ella y su propia respuesta le hicieron reflexionar, no lograba dar con ningún momento feliz que no hubiese sido un momento compartido.

 Quizás le faltaba introspección, si se enredaba en sus propios pensamientos era en vagones de metro llenos de gente, si sus ideas hacían mohines de aburrimiento las sacaba a pasear por papeles en blanco. Amaba a la gente. El misterio que representaba el ser de las personas le llevaba a amar a aquella especie que era capaz de hacer el bien y el mal con la misma facilidad. Incluso cuando disfrutaba de una bella melodía la disfrutaba también porque adivinaba  las manos que la habían compuesto. Cuando gozaba caminando en soledad contemplando la belleza de las fachadas de una calle se sorprendía pensando en quién había buscado tal perfección construyendo esas casas. Y solía buscar al músico detrás de la música, la historia de las personas de aquél pueblo de fachadas hermosas. Cuando viajaba solo se sentaba en las plazas, observando el trajín de las gentes intentando adivinar sus historias, sus rutinas. E incluso cuando la naturaleza le sorprendía con su perfección-como los amaneceres en Lisboa, donde el sol se despedía bañándose en el océano y no en la tierra- ,sí tenía que pensar en un Hacedor de la Naturaleza, sí tenía que creer en algo, su dios era un Dios personal.

 Porque pensaba que en él estaban las respuestas, pero correspondía al amigo hacer las preguntas.